Escritura de Agregación

El día 5 de febrero de 1611, el Escribano de Sevilla Pedro de Almonacir extiende y signa una escritura en la que da fe pública de la agregación de la  corporación hispalense a la “Casa y Cofradía de Nuestra Señora de Monserrate en su Monasterio de Cataluña”. El documento se inicia transcribiendo el poder notarial que ostenta Fray Juan de Salazar, un monje del Monasterio catalán residente temporalmente en el  Monasterio de San Benito -“que es fuera é cerca de esta Ciudad de Sevilla, en la Calzada de la Cruz”-, en el que es comisionado para pedir, recibir y cobrar todo tipo de limosnas “que las devotas Españas ofrecieren a Nuestra Señora de Monserrate para el sustento de aquel Santuario” y procedentes de “cualesquiera Ciudades, Villas e Lugares de Andalucía”.
Estas limosnas, según se expresa en la escritura, iban destinadas al servicio del Monasterio benedictino y al de los monjes ermitaños que habitaban las cimas del macizo montañoso, así como al sustento de los clérigos y frailes, y aun al de los peregrinos que acudían a impetrar el favor de la Santísima Virgen María, cuya milagrosa Imagen ya había sido cantada por las Cantigas alfonsíes. El poder se extiende a la recepción de nuevos hermanos “ansi hombres como mugeres” en la Cofradía de Nuestra Señora de Monserrate que existía en el monasterio, una institución al parecer procedente del lejano año 1223 .

 

En los inicios del siglo XVII Montserrat se consolidaba como gran centro de espiritualidad y fervor mariano, con una notabilísima proyección de la devoción por Europa -especialmente Bohemia y Austria-, por la España peninsular reinos de Castilla y Aragón y por las Indias occidentales.

 

La escritura que conserva la hermandad en su Archivo, asegura a los entonces cofrades sevillanos (y a los que habríamos de serlo en el futuro) el lucro de todas las gracias espirituales, “indulgencias y perdones” que los Sumos Pontífices habían otorgado al celebérrimo santuario (y las que pudieran sobrevenir).
Este vínculo estrictamente eclesiástico atestigua además una histórica relación entre el Principado de Cataluña y Andalucía en el crisol común de esas “devotas Españas” a las que se refiere el texto, pero sobre todo nos habla de una antiquísima devoción a Santa María , extendida desde su montaña serrada a tierras muy lejanas.